Desbordamientos criminales

El desbordamiento de cambios: económicos, políticos, sociales y culturales, derivados de la pandemia, inmisericordes e inhumanas y genocidas guerras y un desmedido afán de poder que busca resarcir economías e intereses subalternos, como fenómenos tanto externos como internos; reconfiguran, hoy, el panorama social y la envergadura de las crisis globales, donde actúan tanto los partidos, las organizaciones civiles y las entidades del Estado. En ambos casos, las reacciones para afrontar adecuadamente estos desafíos suelen ser tardíos e inapropiados por la falta de mecanismos de planeamiento prospectivo o por la equívoca confianza en el utópico libre mercado para solucionar cualquier desarreglo o desviación entre la oferta y la demanda ya sea en una escala total o en algún sector productivo en particular.

Estas erratas son más patentes en el tratamiento de la pobreza estructural, sobre las cuales el gobierno nacional, gobiernos regionales y municipales pretenden corregir mediante una amplia gama de programas que en la mayoría de los casos resultan ser redundantes, generan impactos marginales, están desenfocados con respecto a las prioridades de desarrollo que reclama la gente, son duplicativos o inconexos entre sí, tienen hechura más centralista que localista, porque se pretenden imponer desde la voluntad del gobernante y sin mayor análisis y se convierten en modalidades propagandísticas para mantener artificiosamente filiaciones políticas, enchufados al dinero.

La cuestión es grave porque bajo tal esquema crece el desencuentro entre una realidad saturada de injusticias y exclusión social, y los anhelos de obras emblemáticas para las mayorías.

Persistir en un esquema económico primario–exportador y poco competitivo, de un lado, y en un Estado caótico, centralista, inorgánico, pasivo en el impulso a la producción y ausente en la mayor parte del territorio, especialmente en los espacios rural-campesinos empobrecidos, y de otro lado, la gobernabilidad estrecha y el Desarrollo Humano que se aleja cada vez más. 

Es necesario visibilizar, a estas alturas del debate, que en buena parte del mundo, la combinación más perversa ocurre cuando se juntan graves signos de pobreza con fuertes desigualdades sociales y territoriales, quizá la nota más fuerte en este asunto es aquella que muestra lo injusto y desequilibrante del país, donde muy pocos concentren una alta proporción de la riqueza y que la mayoría empobrecida los mire con asombro y despecho; lo cual induce, más tarde o más temprano, a una movilización colectiva capaz de generar procesos de ingobernabilidad.

Los procesos migratorios rural-urbanos constituyen parte de este desencuentro vital; provocando varias secuelas negativas entre las cuales pueden mirarse espacios donde existe una desorganizada urbanización, irracional, que mezcla cuadros de miseria con otros de mayor bienestar. Eso contribuye en la pérdida de seguridad y soberanía alimentaria, provocada por la reducción recurrente de productos derivados del campo así como una indeseable organización económica territorial que desaprovecha el potencial de recursos humanos, naturales, infraestructurales e institucionales, hábiles para establecer cadenas de valor competitivas. Este panorama se hace más complejo dada la gran heterogeneidad que nos caracteriza en todas las vertientes: cultural, social, geográfica, política, económica, naturaleza y oportunidades ocupacionales para enfrentarse a la vida real.

Aparte de lo señalado, es pertinente destacar algunas implicancias más específicas relacionadas la estimación cualitativa y cuantitativa de la pobreza y su percepción colectiva; frente a su contraparte más potente: el bienestar.

Asumiendo que la pobreza es una situación donde priman múltiples carencias de bienes, servicios y oportunidades, no es fácil establecer cuando y porqué una persona, familia o comunidad es pobre, lo cual provoca algunos conflictos en las decisiones dirigidas a establecer o consolidar programas y/o proyectos dirigidos a lo social. Este mismo argumento califica aún más poderosamente cuando se hace referencia al bienestar; que es una categoría donde intervienen con mayor fuerza aspectos socioculturales y estados de ánimo sobre los cuales establecer indicadores, aventura riesgosa aún para matemáticos o investigadores sociales. Es paradójico que una persona calificada como pobre en función de algún indicador perciba que no lo es tanto porque siente que su vida está rodeada por un círculo de factores (físicos, culturales y anímicos) que le permite disponer de aceptable bienestar.

En conclusión la consideración numérica de la pobreza y el bienestar, tal como se debate en la academia y en entidades oficiales, así como en algunos organismos internacionales, debe ser comprendida solo como una carencia de lo necesario para desarrollar una vida con un mínimo de dignidad humana.

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