Calles hostiles, pantallas violentas

El acoso sexual callejero es un tipo de violencia de género que impacta diariamente en el derecho de las mujeres a transitar libremente por el espacio público. Los medios de comunicación tradicionales han dado menos importancia al acoso cotidiano en el espacio público. En los últimos años está emergiendo una ola de activismo digital feminista que denuncia y explicita el acoso callejero. En este sentido, se hace un análisis de algunas iniciativas que han surgido en los medios alternativos de información y que promueven la conciencia sobre qué tipo de actitudes y comportamientos se entienden por acoso callejero, desde la propia voz de las afectadas.

Un hecho que afecta a todas las mujeres, sean empleadas o desempleadas, jóvenes o adultas, es la falta de libertad en la circulación como ciudadanas en la vía pública, esto se debe a comportamientos y actitudes perpetradas por hombres y conceptualizadas como acoso sexual callejero.

La experiencia y la movilidad por el espacio público están, por tanto, condicionadas por el género, es decir, las mujeres, además de estar expuestas a peligros como robo o asalto, lo están a diferentes comportamientos cotidianos expresados en palabras, sonidos, roces, tocamientos y/o persecuciones que afectan al modo en que perciben su seguridad en la calle. En este sentido, se habla de dominación masculina del espacio público, ya que estos actos recuerdan a la mujer que ese no es su lugar y que, si se expone en él, su cuerpo se hace accesible y puede ser tocado, comentado e incluso violado, aún se recuerda la desafortunada intervención en medios del cura, monseñor Cipriani, cuando textualmente dijo: “la mujer se exhibe como en un escaparate” 

El acoso sexual callejero, lejos de ser propio de determinadas sociedades, se trata de un fenómeno transcultural y transnacional (Lennox y Jurdi Hage, 2017).

En 2013 las Naciones Unidas expuso la necesidad de reconocer el acoso sexual en el espacio público como un tipo de violencia por razón de género (Un Women, 2014). Se caracteriza por: (a) las mujeres son el objetivo del acoso; (b) quienes ejercen el acoso son hombres; (c) los acosadores no conocen a las mujeres a las que se dirigen; (d) el encuentro se produce cara a cara; (e) el espacio es cualquier lugar público (e.g., la calle, transportes públicos o cualquier lugar donde haya acceso para las personas); (f) el contenido del discurso, si lo hay, no pretende ser público sino orientado hacia la mujer objetivo; y (g) se trata de un acto degradante y que cosifica, humilla y amenaza a la mujer.

En el acoso callejero se diferencia el tipo visual, que refiere comportamientos como miradas al cuerpo que incomodan a la mujer, gestos sexuales y obscenos; acoso verbal, como abucheos, silbidos y comentarios, ya sean “positivos”, ofensivos o insultantes; y el acoso referido a intromisiones físicas (McCarty, Iannone y Kelly, 2014).

Las mujeres, por lo general, llevan a cabo diversas estrategias para sentirse más seguras en la calle debido a que cuando transitan solas, sobre todo en contextos nocturnos, sienten emociones negativas como miedo (Livingston, Grillo y Paluch, 2015).

Las mujeres desde la infancia son advertidas por sus familias del grave peligro que corren si se encuentran en la calle solas. Sin embargo, los niños no reciben ese mensaje. Por tanto, una de las principales fuentes del miedo reside en la propia socialización de género en la que sutilmente se va construyendo en el imaginario colectivo de ellas “la calle no es tuya”, estando ausente en ellos esta limitación (Rodó-de-Zárate y Castany, 2016).

Por otro lado, cobra fuerza el miedo a través de las propias experiencias vividas en la calle por ellas, sobre todo, el acoso en forma del tradicional piropo. La literatura expone cómo la mayoría de las mujeres sienten emociones negativas (miedo, ansiedad, vergüenza, irritación) (Fernández, 2016)  ante  este tipo de acoso verbal, socialmente considerado inocuo.

El rol de los medios de comunicación al realizar la amplificación del miedo concurre en la masificación de la agresión y lejos de cuestionar la difusión de este tipo de información visibilizan la violencia machista y la generalizan, en algunos casos la normalizan y hasta aceptan como medio de vida.

«El papel de los medios de comunicación es crucial en la violencia contra las mujeres por su alta incidencia y su influencia en la orientación y la formación de la opinión, en particular del sentido común, son claves porque educan en la aceptación de la violencia contra las mujeres e incluso en las formas de realizarla al difundir, por un lado, actos y modalidades de este tipo y al tratar de manera amarillista los atentados contra las mujeres» (Lagarde, 2007: 219-220).

Ante medios de comunicación que contribuyen a la percepción de inseguridad en las calles, las mujeres han ocupado los medios alternativos de información como forma de resistencia y visibilización. El feminismo es uno de los movimientos que más impacto está teniendo en este tipo de medio, encontrando en las TICs una de sus mejor aliadas.

Las mujeres, a título personal o desde colectivos, han tejido redes como vía de denuncia del acoso callejero en Twitter, Facebook y YouTube, otro ejemplo es el video viral como rol movilizador de las redes sociales que permiten visibilizar acciones directas, como estrategias de afrontamiento activas de las mujeres. En conclusión:

El acoso sexual callejero es una violencia visible e invisibilizada a su vez. Esto se debe a la naturalización de ciertos comportamientos como los tradicionales piropos al considerarse no perjudiciales para las mujeres. Si bien, las mujeres de todo el mundo han expuesto el malestar que les genera el constante hostigamiento cotidiano.

La violencia por razón de género es un tema de responsabilidad social. Si los medios de comunicación no han sabido visibilizar la gravedad del fenómeno, surgen con voz propia las narrativas en los medios alternativos de comunicación. Por último, se considera necesaria la aparición de referentes con nuevas masculinidades que conciencien del no a la cultura del piropo y el acoso, en paralelo a las redes que se van tejiendo entre mujeres de todo el mundo al compartir sus narrativas, con el fin de minimizar estos comportamientos propios de la masculinidad hegemónica y machista.

Fuentes consultadas:

Billi, M., Guerrero, M. J., Meniconi, L., Molina, M., y Torrealba, F. (2014). Masculinidades y legitimaciones del acoso sexual callejero.

Fernández, N. (2016). Street harassment effects on women.

La Rosa, A. (2016). Movimientos sociales, redes sociales y recursos simbólicos.

Lagarde, M. (2007). Por los derechos humanos de las mujeres: la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia.

lentas

Deja un comentario