El feminismo no es un dogma: Es un espacio para la crítica y el debate

Confrontar las causas y manifestaciones de la subordinación requiere identificar y actuar sobre los muy diversos mecanismos por los que la sociedad jerarquiza la diferencia sexual y afianza una asimetría que se traduce en relaciones de poder muy precisas. El género como elemento de organización social y las propuestas feministas no se pueden circunscribir a un solo campo, sea éste el económico, social, cultural o político, por más que resulte necesario avanzar en cada uno de ellos. Es más, no se puede prescindir de la forma en que interactúan pues en todos ellos se manifiesta la adjudicación y jerarquización de los géneros, eso implica mirar la multidimensionalidad de la actuación femenina. Ninguna causa por sí sola explica ni la naturaleza ni la profundidad de la opresión de las mujeres, por tanto los análisis que hacen recaer en la economía o en la cultura la causa primigenia de la subordinación limita o distorsionan el alcance y el éxito de las propuestas de transformación. Por tanto, identificar los mecanismos por los que la diferencia sexual se traduce en posición de subordinación para las mujeres, requiere una visión interactiva del funcionamiento social y cualquier alternativa debería articular el conjunto de factores de esa compleja realidad.

Sirva el análisis de la relación de las mujeres con el mercado laboral, su participación en el trabajo asalariado es un elemento fundamental para su autonomía económica a la vez que una fuente de sobreexplotación laboral y discriminación social. La explicación a esta situación no se encuentra en los requisitos de un sistema capitalista basado en la apropiación de la fuerza de trabajo de las personas, pues de ser así sería indiferente que fueran mujeres u hombres quienes trabajan, las formas de explotación específicas y diferenciadas, en función del sexo, hay que buscarlas en la integración de los imperativos económicos del sistema, ese que busca el máximo beneficio, con lo que se ha llamado el sistema sexo-género, que hace funcional al sistema la separación entre producción y reproducción, entre el trabajo asalariado y el trabajo doméstico y de cuidados. Este anacronismo se sustenta en elaboraciones e interpretaciones culturales y simbólicas que atribuyen a las mujeres cualidades como la paciencia o la capacidad de sacrificio, que al presentarlas como atributos propios y naturales establece la idea de su mayor idoneidad para el trabajo de cuidados, y enmascara la división sexual del trabajo que subyace. De esta forma se legitima su inestable, precaria y discriminatoria participación en el mundo laboral, y el perverso efecto de vuelta, al servir de justificación para que las mujeres sigan responsabilizándose del trabajo doméstico.

De todo ello se deduce que, junto con la lucha por reformas y cambios concretos en la exigencia de igualdad laboral, acceso, salarios, formación; una estrategia de cambio real implica también el reparto del trabajo reproductivo con los hombres y la responsabilización del Estado en garantizar recursos públicos. Pero también muestran la necesidad de cambios estructurales que apunten a la reorganización de la producción y la reproducción, es decir a la propia organización social. Sin ánimo de ser exhaustiva entre esos cambios cabría citar: los tiempos de trabajo y de ocio, las estructuras de convivencia, la estructura de la ciudad, la distribución de recursos naturales, sociales y económicos, la socialización de los valores que las mujeres aportan por su experiencia relacional y de cuidados, y el cambio de las políticas económicas neoliberales.

El feminismo como pensamiento crítico.

Sus objetivos le obligan a actuar en el terreno de las ideas a fin de subvertir arraigados códigos culturales, normas y valores, así como un sistema simbólico de interpretación y representación que hace aparecer normales los comportamientos y actitudes sexistas, que privilegian lo masculino y las relaciones de poder patriarcal. En ese contexto el feminismo desarticula los discursos y prácticas que tratan de legitimar la dominación sexual desde la ciencia, la religión, la filosofía o la política. La frase que en su día formulara la pensadora francesa Simone de Beauvoir “mujer no se nace, se hace”, ilustra el empeño que guía al feminismo por rechazar el determinismo biológico que de forma reiterada y con renovados discursos sustentan las teorías que asocian a los hombres con la cultura y a las mujeres con la naturaleza. Desde todas las teorías feministas, independientemente de su concreción, se formula una fuerte crítica a la acepción de categorías supuestamente universales y aparentemente neutras que han sido el soporte del pensamiento de la modernidad: desde el sujeto y la historia, pasando por la libertad, ciudadanía, democracia y justicia, al contemplar el mundo. El género no define por tanto un modo de ser estable y universal pues la identidad de las mujeres es diversa y compleja en la medida que actúa en una pluralidad de contextos sociales. El feminismo por tanto se enfrenta al reto de acoger e interpretar la variedad de formas que adopta el ser mujer.

Alcoff, L. (2002). Feminismo cultural versus posestructuralismo: la crisis de identidad de la teoría feminista.

Amorós, C. (1997). Sobre feminismo, proyecto ilustrado y postmodernidad. Butler, J. (2001). El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad

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