No se trata de una especie de canto fúnebre gótico. En el Perú, desde el inicio de la República, ha habido un patrón de intervalos democráticos dentro de una fuerte tradición de espadachines, caudillos y regímenes autoritarios; si queremos salvar al país de otra dictadura, debemos mirar hacia dentro para ver qué permitió que cayera la más reciente. El Perú nunca podrá alcanzar la modernidad, la libertad y la prosperidad mientras persista esta tradición incivil.
Años de humillación están frescos en nuestras mentes, grabemos en nuestras almas imágenes específicas que nos recuerden los sacrificios que hicieron quienes se dejaron despojar de su libertad y del imperio de la ley. Los miles de desaparecidos, los torturados y asesinados, los inocentes enterrados en cárceles por jueces sin rostro que dictaron sentencias en sótanos que eran inquietantemente similares a las habitaciones donde agentes de Inteligencia violaron y descuartizaron a un sinnúmero de personas más cuyas torturas nunca salieron a la luz y permanecerán en el olvido. Recordemos que los tiranos que nos torturaron ahora están libres de vagar entre nosotros, habiendo sido amnistiados por los congresos sumisos que manipularon como marionetas en un teatro de títeres. Un puñado de gentes que apoyaron el proyecto de ley de amnistía criminal y se postulan a la reelección. Las mismas personas que torturaron y asesinaron ayer pueden volver a hacerlo mañana y que ninguna comunidad está a salvo cuando monstruos impulsados por el odio y la sangre aterrorizan sus calles.
Los medios de comunicación, manipulados por el miedo y el soborno, jugaron un papel clave en las campañas manipuladoras orquestadas por el capitán y sus planificadores psicosociales –entre ellos, un reconocido psiquiatra, exasesino y ex lunático– para convertir las verdades en mentiras y asesinar a sus opositores, incapaces de defenderse. No olvidemos que, salvo contadas excepciones, el campo informativo peruano hasta ayer o anteayer era un monólogo propagandístico estupefaciente, creado por mercenarios de la pluma, la voz y la imagen, cuyo objetivo era mantener al pueblo peruano desencantado con la idolatría de un régimen mediante la difusión de ideas diferentes, críticas, divergencias y monitoreo del poder a través de periódicos, radios y canales de televisión. Espero haya cambiado, un poco.
Eliminar la corrupción, el anhelo más preciado del pueblo peruano en estos momentos, implica una necesaria depuración institucional completa. Sin duda, no hay instituciones impecables, sufrieron una importante degradación y desnaturalización en los últimos años para facilitar los planes nefastos de la pandilla gobernante. Casi en todas partes, pero notablemente en el sistema militar y judicial, hubo reorganizaciones y purgas que buscaron socavar o eliminar a los funcionarios constitucionales, a los funcionarios honestos y competentes y a los jueces íntegros en favor de individuos sumisos, evasivos e incompetentes a los que la dictadura pudiera emplear para sus actividades punibles. El destino de nuestra democracia pende de un hilo hasta que el gobierno democrático, debidamente elegido, realice una profunda reforma de estas instituciones. Esto eliminará las malas hierbas que han crecido hasta convertirse en una corrupción arraigada y restaurará su credibilidad y prestigio. En lugar de ser bastiones de la legalidad como las Fuerzas Armadas y los tribunales en los países libres, deberían estar dirigidos por profesionales dignos, respetuosos de las leyes y competentes.
Si queremos que la democracia, resurja de sus cenizas como el ave Fénix y no se derrumbe tan fácilmente como en 1992, debemos reconstruirla sobre bases sólidas y despojarla de los vicios, fallas y debilidades que la hicieron vulnerable. Ninguna democracia puede ser sólida si se asienta sobre un verdadero océano de gran miseria e inmensa pobreza, con islas dispersas de prosperidad, como la peruana. Ceder al populismo es la peor manera de combatir la pobreza. Es una mentira irresponsable que a veces sirve a políticos sin visión de futuro y sin conciencia para ganar popularidad momentánea. Sin embargo, destruye el sistema de creación de riqueza, pervierte la moneda y deja tras de sí confusión y caos, que el engaño destructivo del autoritarismo aprovecha para infiltrarse en la ciudad y alejar a los lúcidos.