Regresión arancelaria: ¿el principio del fin de la globalización?

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el mundo ha avanzado hacia un modelo de integración económica que buscó, a través del comercio, garantizar la paz y el desarrollo. Sin embargo, este modelo parece estar dando un giro inesperado: la reaparición de políticas arancelarias, que algunos consideran una regresión preocupante. ¿Estamos ante el principio del fin de la globalización tal como la conocemos?

La globalización como garantía de prosperidad

Durante más de ocho décadas, el comercio internacional ha sido el motor principal de la prosperidad global. Como una ola que eleva a todos los barcos, la apertura de mercados permitió que países como Estados Unidos pasaran de economías manufactureras a economías de servicios de alto valor. La deslocalización productiva hacia países con bajos costos laborales hizo posible el abaratamiento de bienes de consumo y la contención de la inflación.

Gracias al libre comercio, se optimizaron cadenas globales de valor. Un ejemplo emblemático es el iPhone, diseñado en Estados Unidos pero ensamblado en Asia por una fracción del costo que implicaría hacerlo en territorio estadounidense. Este modelo, aunque desigual en muchos sentidos, permitió una expansión sin precedentes del consumo y la especialización.

El retorno de los aranceles: costos y riesgos

La imposición de aranceles a bienes importados podría desatar una serie de consecuencias económicas graves. La más inmediata: el alza generalizada de precios. Aunque el dólar estadounidense ha perdido alrededor del 75% de su valor desde la Segunda Guerra Mundial, los bienes duraderos han bajado cerca de un 40% gracias al comercio global. Sin esta dinámica, los consumidores enfrentarán inflación y menor poder adquisitivo.

Además, los aranceles podrían generar distorsiones en sectores productivos, encarecer insumos, y reducir la competitividad de las empresas locales en un entorno cada vez más interdependiente.

Incertidumbre e inversión en tiempos de transición

El mundo atraviesa un período de profunda dislocación económica. La incertidumbre es tan alta que los referentes del pasado ya no son válidos. En este escenario, incluso la caída de los mercados bursátiles se vuelve difícil de interpretar.

Aun así, puede haber oportunidades. Las acciones de grandes corporaciones han perdido valor, y los inversionistas a largo plazo podrían encontrar en esta situación un momento adecuado para comprar. Eso sí, sin poner en riesgo la estabilidad de la economía nacional.

El rol del dólar y los equilibrios geopolíticos

Uno de los efectos más delicados de esta regresión sería la pérdida del estatus del dólar como moneda de reserva global. Esto implicaría que la deuda estadounidense deje de ser una “promesa segura” y se convierta en una carga tangible. El mundo podría reconfigurar su sistema monetario internacional, abriendo espacio a otras monedas o incluso a alternativas digitales respaldadas por bloques económicos.

¿Qué sigue? Entre la protección y la cooperación

La gran pregunta es si estamos ante un cambio estructural o una fase transitoria. ¿Es posible rediseñar un modelo de globalización más justo, inclusivo y sostenible, sin caer en el aislacionismo económico? ¿O la presión política interna llevará a más países a levantar muros arancelarios?

Los países en desarrollo, altamente dependientes de las exportaciones manufactureras, podrían ser los más afectados. Ante este escenario, la resiliencia y la diversificación serán claves. También lo será la capacidad de negociar acuerdos bilaterales o regionales que sustituyan los mecanismos multilaterales debilitados.

Conclusión

La regresión arancelaria no solo representa una amenaza económica, sino también un retroceso en la visión de un mundo interconectado y cooperativo. La historia nos enseñó que la integración no era solo una estrategia económica, sino un antídoto contra el conflicto. Preservar sus beneficios y adaptarla a las nuevas realidades debe ser una prioridad global.

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