Estados Unidos, China y Rusia están desafiando activamente el orden económico global establecido tras la Segunda Guerra Mundial. Este enfrentamiento no es solo militar, sino también económico y comercial, con el objetivo explícito de fragmentar al mundo occidental. Este es un punto disruptivo, ya que tradicionalmente se había visto a la fragmentación como un proceso de cambios internos dentro de las economías occidentales. Sin embargo, vemos que la fragmentación está siendo orquestada activamente desde afuera, con la intervención directa de potencias emergentes. Este fenómeno podría ser un preludio a un nuevo orden multipolar donde las reglas del juego económico ya no serán dictadas exclusivamente por Occidente.
El dato de que el 70% de las tierras raras, esenciales para tecnologías clave como los vehículos eléctricos y las aplicaciones militares, provienen de China, señala una vulnerabilidad crítica para Estados Unidos. Esta dependencia económica subraya una debilidad estratégica que podría afectar no solo la economía estadounidense, sino también la capacidad de Occidente para defender sus intereses en el futuro. La falta de diversificación en el suministro de estos recursos coloca a las economías occidentales en una posición de dependencia hacia sus «adversarios potenciales». Esta situación no solo es económica, sino que tiene implicaciones estratégicas profundas, ya que limita la autonomía de los países occidentales en un contexto de creciente rivalidad global.
El análisis sobre la política fiscal de Estados Unidos, con un gasto que ha alcanzado los $11 billones desde el inicio de la pandemia, destaca una tendencia peligrosa de endeudamiento masivo. Este estímulo extraordinario ha impulsado de manera artificial la economía, pero ahora que este efecto comienza a disiparse, se avizora una desaceleración inevitable. La advertencia sobre una inflación persistente y las tasas de interés altas por más tiempo es una predicción que pone en duda la efectividad de las políticas monetarias actuales. Este punto invita a reflexionar sobre los efectos a largo plazo de un modelo económico basado en estímulos fiscales y monetarios que pueden ser insostenibles y llevar a una crisis económica más profunda.
Los aranceles impuestos por la administración de Trump, descritos como mucho más severos de lo esperado, son presentados como un factor clave para la inflación y la desaceleración del crecimiento económico. Este aspecto del análisis pone de manifiesto que la política comercial proteccionista tiene efectos adversos más allá de lo que se anticipó inicialmente, sugiriendo que podría haber sido un error económico subestimarlo. Además, la advertencia de que el objetivo debería ser fortalecer a los aliados de Estados Unidos (como Europa y Japón) en lugar de debilitarlos, abre un debate sobre la dirección que deben tomar las políticas comerciales internacionales para preservar la estabilidad y competitividad global.
El riesgo creciente de una crisis de crédito debido a una economía que ha estado funcionando sin una recesión real durante mucho tiempo. Este es un punto particularmente crítico, pues la complacencia de las empresas, sumada a un entorno de tasas de interés altas e inflación persistente, podría generar una serie de quiebras y dificultades económicas. El análisis de que las decisiones empresariales se están posponiendo debido a la incertidumbre es una señal clara de que la economía mundial podría estar al borde de una recesión.
La unidad creciente de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) se presenta como un desafío directo al dominio global de Occidente. Esta tendencia, acelerada por la pandemia de COVID-19, puede ser vista como un indicio de un cambio de paradigma hacia un mundo más multipolar. La idea de que la división en Occidente podría permitir el crecimiento de un nuevo poder desafiante destaca una de las dinámicas más impactantes que estamos viendo: un cambio global que podría cambiar las relaciones económicas y políticas en los próximos años.
La propuesta de Jamie Dimon, Director Ejecutivo de JPMorgan Chase, de mantener a los aliados unidos y trabajar en la corrección de los desequilibrios comerciales sugiere una estrategia para contrarrestar la fragmentación que está ocurriendo. Este enfoque podría ser clave para evitar la pérdida de influencia global por parte de Occidente. Sin embargo, el reto está en cómo implementar reformas que no solo mejoren las relaciones comerciales, sino que también aborden las profundas desigualdades económicas y geopolíticas que están en juego.
En conclusión, este análisis ofrece una perspectiva sombría pero realista del futuro económico global. Los elementos disruptivos, como la dependencia de recursos estratégicos de China, la política fiscal expansiva y el ascenso de potencias emergentes, destacan una posible reconfiguración global. Para evitar una caída de Occidente, será esencial que se fomente una mayor cooperación internacional, una revisión de las políticas económicas y comerciales, y una preparación ante los inevitables cambios en el equilibrio de poder mundial.