La ciudad que se asfixia

Muriendo en espera, crónica de un “Sistema en Coma”

Por Edd MaJÉss

En Perú, la salud pública no es un derecho: es una ruleta. Quien enferma juega su suerte entre consultorios inalcanzables, médicos desbordados, postas sin oxígeno y trámites que cuestan tiempo, dinero y dignidad. Si el cuerpo humano es un templo, entonces la salud pública peruana es la arqueología del abandono.

A diario mueren niños por enfermedades evitables, madres que sangran en corredores, ancianos que esperan años por una operación que nunca llega. No es un error: es una estructura que falla con precisión quirúrgica. La indiferencia es parte del diseño.

I. El bisturí político: salud para los que pagan, espera para los que sobran

La salud en Perú es un espejo cruel de nuestras prioridades como nación. Mientras los seguros privados crecen como hongos tras la lluvia, los hospitales públicos se caen a pedazos. En el departamento de Cajamarca, como en otros del país, la promesa de nuevos hospitales se repite con cada elección, pero sigue oliendo a polvo y desinfectante vencido. ¿Cuántas vidas cuestan las demoras presupuestales?

Los centros de salud rural están desconectados del siglo XXI. Sin conectividad, sin logística, sin recursos humanos. En algunos casos, sin agua. Y cuando hay profesionales, se los explota hasta el colapso. Trabajan entre el heroísmo y el cansancio.

II. Filosofía del oxígeno: ¿quién merece vivir?

Durante la pandemia, la escasez de oxígeno reveló la peor pregunta ética de nuestra época: ¿quién tiene derecho a respirar? En Perú, la respuesta fue económica: quien pueda pagar. Quien no, que rece o resista. Esta lógica no ha desaparecido: simplemente se normalizó.

La salud debería ser el rostro más humano del Estado. Pero aquí es su expresión más inhumana. Un Estado que no cuida el cuerpo de su gente, tampoco cuida su alma. Y eso no es una metáfora: es un cálculo mortal.

III. Cajamarca, capital de la paradoja

Cajamarca es símbolo de abundancia geológica y carencia humana. Se extraen riquezas multimillonarias del subsuelo, mientras en la superficie se mueren los niños con neumonía por falta de antibióticos. Es como si el país cavara con entusiasmo su propio hueco sanitario.

¿Qué sentido tiene hablar de crecimiento económico cuando ni siquiera se puede garantizar la supervivencia básica? ¿De qué sirve la minería si no cura, no educa, no alimenta?

IV. Lo que no se quiere decir

El colapso del sistema de salud no es un “accidente histórico”. Es el resultado de políticas deliberadas: privatización progresiva, burocratización tóxica, abandono territorial. La salud pública ha sido tratada como un gasto innecesario, no como inversión civilizatoria.

Mientras tanto, se normaliza lo inaceptable: los ciudadanos aprendemos a “hacer cola”, a “esperar su turno”, a “morir en silencio”. Es el síndrome de la resignación institucionalizada.

V. Un llamado a la medicina social

No hay reforma posible si no cambiamos el relato. La salud no es caridad. No es un favor del Estado. Es un derecho originario, fundacional. El primer deber de toda república. La solución no es más normas, sino más decisión política real: hospitales bien financiados, personal bien pagado, pueblos bien atendidos.

Cajamarca puede ser la bandera de esa lucha. Ya fue cuna de resistencia y símbolo de dignidad. Puede volver a serlo, esta vez desde la trinchera de la salud.

Sobre el autor

Edd MaJÉss escribe desde las grietas del sistema, donde los discursos se derrumban y la realidad sangra. Su pluma disecciona estructuras de poder con bisturí filosófico. No escribe para explicar el país, sino para recordarle que está vivo. Y que aún puede curarse.

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