En tiempos donde la imagen y la inmediatez parecen dominar el discurso público y académico, muchos confunden el éxito personal momentáneo con la construcción de un legado institucional duradero. Este artículo analiza críticamente esta tendencia, explorando fenómenos como la visibilidad sin trascendencia, el oportunismo simbólico, el déficit de ética del servicio y el vaciamiento del liderazgo intelectual. Frente a ello, se propone una ética del compromiso institucional y del servicio colectivo como pilar de toda transformación sostenible.
La ilusión del éxito instantáneo
En una época marcada por el culto a la exposición y el reconocimiento superficial, no es raro encontrar individuos que se alucinan exitosos por una conferencia, una entrevista o una ponencia aislada. Este tipo de “éxito” se construye en torno a la visibilidad, pero no siempre se acompaña de trascendencia real.
El error más común es creer que el aplauso momentáneo equivale a transformación. Pero el verdadero impacto se mide en cambios estructurales, en políticas que perduran, en personas formadas, en instituciones fortalecidas. La diferencia entre reconocimiento efímero y legado duradero radica en la capacidad de ir más allá del brillo personal para generar valor colectivo.
El oportunismo simbólico y la apropiación de vitrinas
Este fenómeno se enmarca dentro de lo que podemos denominar “oportunismo simbólico”: el uso instrumental de espacios institucionales como plataformas personales, sin una retribución concreta al cuerpo que los sostiene. En palabras del sociólogo Pierre Bourdieu, es una forma de acumular capital simbólico sin reinvertirlo en capital institucional.
Estas personas son frecuentes en universidades, gobiernos locales, ONG o empresas públicas: se presentan, reciben una placa o reconocimiento, pero no vuelven a contribuir ni construyen programas o políticas sostenibles. La institución funciona como escenografía, no como espacio de transformación.
El déficit de ética del servicio
Lo anterior se agrava por una ausencia de ética del servicio. Las instituciones públicas, académicas y sociales requieren más que talentos individuales: exigen compromiso, humildad y disposición a formar parte de un proyecto colectivo. Sin esta ética, los logros individuales son solo fuegos artificiales.
El déficit de ética del servicio se evidencia cuando alguien prefiere una nota de prensa antes que una reunión de planificación, o cuando mide su valor por la cantidad de eventos a los que fue invitado y no por los procesos que ayudó a consolidar. Hablar bonito no es servir; figurar no es transformar.
Visibilidad sin trascendencia: El espejismo del influencer institucional
La visibilidad es importante, pero no suficiente. La historia de muchas instituciones demuestra que quienes más han aportado no siempre fueron los más visibles. El verdadero liderazgo intelectual y moral no busca protagonismo, sino propósito.
Trascender no es hacer más ruido, sino más raíces. En este sentido, muchos “influencers” académicos o profesionales solo logran colonizar titulares, pero no incidir en políticas, programas o procesos duraderos.
El verdadero liderazgo intelectual: entre la humildad y el legado
El liderazgo intelectual no consiste en decir lo que otros quieren oír, sino en sostener una voz coherente, ética y propositiva a lo largo del tiempo. Un líder intelectual genuino deja huella no por lo que dice, sino por lo que logra construir con otros.
Este liderazgo se expresa en:
- La formación de nuevas generaciones
- La creación de conocimiento colectivo
- La construcción de instituciones más sólidas
- La defensa de principios aun cuando no sean populares
Capital simbólico vs. capital institucional
Mientras el capital simbólico se refiere al prestigio, reputación y visibilidad personal, el capital institucional implica la capacidad de una organización para operar, innovar, liderar e influir más allá de sus miembros individuales.
Una persona verdaderamente comprometida convierte su prestigio personal en una palanca para fortalecer su institución. Cuando eso no ocurre, se produce un drenaje: la institución da visibilidad, pero no recibe en retorno conocimiento, políticas, ni transformación.
Una ética del compromiso: lo que perdura
Para revertir esta lógica del brillo vacío, es necesario revalorar una ética del compromiso. Es decir, volver a poner en el centro del quehacer profesional y académico el valor del trabajo sostenido, la construcción en equipo y el legado institucional.
Esto implica:
- Dejar de pensar solo en conferencias, y comenzar a pensar en proyectos transformadores.
- No solo dictar una charla, sino formar capacidades.
- No solo ocupar una vitrina, sino fortalecer una estructura.
Conclusión
El éxito verdadero no es el que se exhibe, sino el que trasciende en otros. Las instituciones necesitan menos figuras decorativas y más líderes comprometidos. Necesitan menos discursos y más procesos. Menos egos y más comunidad.
Porque el prestigio sin legado es como una semilla que nunca tocó la tierra. Y el verdadero mérito no está en hablar, sino en dejar algo que permanezca.
Referencias
- Bourdieu, P. (1986). The Forms of Capital. In J. Richardson (Ed.), Handbook of Theory and Research for the Sociology of Education (pp. 241–258). Greenwood.
- Morin, E. (2001). Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. UNESCO.
- Freire, P. (1996). Pedagogía de la autonomía: Saberes necesarios para la práctica educativa. Siglo XXI Editores.
- Sennet, R. (2006). La cultura del nuevo capitalismo. Anagrama.