Una obra no es realidad hasta que transforma la vida.
Durante décadas, los responsables de la comunicación institucional han caído en un error tan repetido como perjudicial: proclamar a los cuatro vientos que una obra “es una realidad” cuando apenas se ha colocado una primera piedra, izado una pancarta o firmado un convenio. Esa expresión, tan artificial como prematura, revela no solo una incomprensión del proceso constructivo, sino una peligrosa manipulación del imaginario colectivo.
La ilusión de lo construido
Decir que una obra es una realidad cuando aún no existe físicamente, o cuando su funcionalidad no ha sido validada por quienes la necesitan, es una ofensa técnica, ética y ciudadana. Quienes planificamos, proyectamos, ejecutamos y supervisamos obras sabemos que la realidad de una obra no se mide por el número de ladrillos apilados ni por metros cúbicos de concreto vertidos, sino por el impacto tangible y sostenido en la vida de las personas.
Lo que existe en el papel es diseño. Lo que se firma es compromiso. Lo que se anuncia es intención. Pero la obra solo se convierte en realidad cuando cumple su función, mejora condiciones y transforma contextos.
La perversión del mensaje: propaganda como reemplazo de gestión
El uso anticipado de frases como “la obra es una realidad” busca alimentar la ilusión del cumplimiento, cuando en verdad puede encubrir postergaciones, sobrecostos, improvisación o abandono. Es una estrategia política antigua: reemplazar la acción por la apariencia, y al logro por el anuncio.
Este discurso es peligroso por tres razones:
Deseduca a la ciudadanía, haciéndola aceptar el acto simbólico como si fuera un acto concreto.
Desacredita la planificación técnica, pues ignora los procesos reales que transforman un expediente técnico en un servicio funcional.
Fomenta el escepticismo, ya que la ciudadanía acumula frustraciones cuando las “realidades” prometidas no se materializan.
La pedagogía de la verdad
El lenguaje tiene poder. Por eso urge corregir esta narrativa. Si se desea comunicar con responsabilidad, debe decirse: “la obra ha sido planificada”, “la ejecución ha iniciado”, “la obra está en marcha” o “la infraestructura estará al servicio del pueblo”, según el momento real del proyecto. Cada fase del ciclo de inversión pública tiene un nombre preciso; manipularlos es manipular la verdad.
Hablar con honestidad no resta valor al esfuerzo, al contrario: dignifica la gestión, fortalece la confianza y educa en ciudadanía.
Una obra es una realidad cuando…
…cumple su propósito funcional y social.
…es accesible, útil y mantenible.
…ha sido evaluada y recibida formalmente.
…es apropiada por la comunidad y responde a necesidades reales.
…deja de ser una promesa y se convierte en un derecho ejercido.
Lección para comunicadores públicos
Quienes redactan carteles, slogans o comunicados no son meros decoradores del mensaje político. Son agentes de cultura pública. Y como tales, tienen una responsabilidad ética con la verdad y la pedagogía social.
Decir que una obra es realidad sin serlo, no es solo una exageración: es una mentira legitimada, una estafa semántica, y una burla a la dignidad del pueblo.
Es tiempo de reemplazar la propaganda por transparencia, el espectáculo por gestión, y los slogans vacíos por hechos concretos. Solo así dejaremos de construir castillos de aire y empezaremos a construir confianza verdadera.
En el Perú contemporáneo, existe una alarmante costumbre institucional: anunciar obras como si fueran realidades consumadas, cuando en rigor técnico, jurídico y social, ni siquiera han superado las fases preliminares. Esta práctica, común en discursos políticos, paneles publicitarios y ceremonias de colocación de “primeras piedras”, representa una distorsión del proceso de inversión pública y una falta de respeto al ciudadano.
La obra pública es un bien tangible, verificable y funcional. Anunciar como “realidad” aquello que aún no ha sido ejecutado o ni siquiera ha pasado por los filtros técnicos correspondientes es una estrategia peligrosa que mina la confianza institucional y alimenta la desinformación social.
¿Qué es una obra incierta?
Una obra incierta es aquella que carece de condiciones mínimas para garantizar su ejecución efectiva, o cuyo anuncio se basa en voluntarismo político y no en evidencia técnica. Su existencia en el discurso público no garantiza su viabilidad. Por el contrario, puede perpetuar el círculo vicioso del atraso, la frustración y la corrupción.
Características de una obra totalmente incierta:
No tiene expediente técnico aprobado.
No cuenta con presupuesto certificado ni código SNIP o Invierte.pe.
El terreno no está saneado legalmente.
No hay licencia social ni concertación con actores clave.
Se basa en renders virtuales o promesas electorales sin sustento.
No cuenta con cronograma ni responsables de ejecución asignados.
Se anuncia sin haber pasado por evaluación de impacto ambiental o social.
Ejemplos emblemáticos de obras inciertas
Estos casos, frecuentes en todo el territorio nacional, ilustran cómo la narrativa política puede distorsionar la realidad y desinformar a la población:
Hospital sin estudios previos
Anuncio: “Cajamarca tendrá un hospital de alta complejidad”.
Realidad: Sin terreno saneado, sin categoría definida, sin expediente técnico ni convenio con el MINSA.
Aeropuerto internacional sin demanda proyectada
Anuncio: “Tendremos nuestro propio aeropuerto internacional”.
Realidad: No hay estudios previos ni de tráfico aéreo, ni plan maestro aprobado por DGAC. El terreno no cumple normas de aeronavegabilidad.
Represa o canal sin estudios hidrológicos ni licencia social
Anuncio: “Proyecto de irrigación para 300,000 mil hectáreas”.
Realidad: Sin estudios de caudal ni impacto ambiental. Conflictos con comunidades. Sin viabilidad técnica ni operativa.
Nueva universidad sin licenciamiento de SUNEDU
Anuncio: “Se creará una universidad en cada provincia”.
Realidad: No hay marco legal, infraestructura ni docentes. No existe plan de estudios ni autorización oficial, ni asignación presupuestal.
Parque industrial sin acceso ni demanda real
Anuncio: “Parque industrial moderno para la región de Chucchumarca”.
Realidad: Terreno baldío, sin servicios básicos. Ninguna empresa interesada. No existe inversión privada comprometida.
Escuela bicentenaria sin modelo pedagógico definido
Anuncio: “Colegio emblemático para el Bicentenario”.
Realidad: Sin planificación curricular. Infraestructura descontextualizada. Bajo índice de matrícula en la zona.
Cableado subterráneo sin certificación cultural
Anuncio: “Modernización del centro histórico”.
Realidad: Proyecto paralizado por no contar con autorización del Ministerio de Cultura. Impacto en patrimonio no evaluado.
Consecuencias del discurso irresponsable
Frustración social: El ciudadano pierde fe en sus instituciones.
Corrupción encubierta: Las “obras fantasmas” sirven para justificar gasto irregular.
Desprestigio técnico: Se desacredita el trabajo de profesionales en planificación.
Banalización de la política: Se reemplaza la gestión pública por marketing emocional.
Hacia una nueva pedagogía del mensaje público
El lenguaje no es inocente. Decir “esta obra es una realidad” sin base objetiva es falsear la verdad. Por ello, urge adoptar una narrativa pública ética, pedagógica y basada en la evidencia.
Formas correctas de comunicar según la etapa del proyecto:
| Etapa del Proyecto | Etapa del proyecto |
| Perfil en evaluación | “Estamos evaluando la viabilidad del proyecto” |
| Expediente aprobado | “El proyecto cuenta con condiciones técnicas” |
| Inicio de ejecución | “La obra está en marcha” |
| Culminación operativa | “La obra ya sirve a la población” |
Llamado a la ciudadanía: Fiscalización activa
Los ciudadanos, periodistas, estudiantes, dirigentes comunales y profesionales tienen un rol vital: verificar, preguntar, exigir evidencia y denunciar la propaganda vacía.
¿Dónde está el expediente técnico?
¿Cuál es el código de inversión?
¿Está el terreno inscrito en Registros Públicos?
¿Cuándo fue aprobada la evaluación de impacto ambiental?
¿Dónde está el cronograma y presupuesto certificado?
No hay realidad sin transformación.
Una obra no es realidad porque se firme, se anuncie o se dibuje en 3D. Solo lo es cuando transforma vidas, mejora entornos y cumple su propósito social.
Anunciar obras sin sustento es mentir con la voz del Estado. Y eso, en democracia, no se debe tolerar.
La ciudadanía merece hechos, no ilusiones. Ingeniería, no improvisación. Dignidad, no manipulación.