No vengo con títulos ni con pergaminos para que me crean. Vengo como un ciudadano común, cansado de ver cómo nuestro país se hunde entre la resignación y la farsa institucional.
Respiro el mismo aire contaminado que denuncio y camino por las mismas calles que exigen dignidad. No hablo desde un pedestal, hablo desde el llano, donde la vida real no espera discursos, sino decisiones.
No me acomodo a la mentira consensuada. No creo en la política como un mercado de favores ni en el Estado como botín. Señalo, incomodo y denuncio sin pedir permiso, porque pedirlo sería aceptar las reglas podridas que han condenado al Perú al atraso. No busco halagos; busco resultados. Y sé que para lograrlos hay que romper las narrativas cómodas que justifican la inacción.
Soy incómodo para el poder porque no negocio con la verdad. Incomodo a los de arriba porque no estoy en venta, e incomodo a los de abajo porque les recuerdo que también tienen responsabilidad. No me conformo con migajas de reforma; exijo reescribir las prioridades nacionales desde cero: trabajo digno por encima de privilegios, dignidad por encima del cálculo electoral, seguridad como derecho humano y no como consigna de campaña.
No traigo populismo barato ni sueños a crédito. Traigo planes que obligan a trabajar, a fiscalizar, a rendir cuentas. No prometo milagros, pero sí un esfuerzo sostenido, el mismo que los politiqueros evitan porque no deja rédito inmediato. Sé que este país no se salva con discursos; se salva con decisiones que incomodan a quienes lucran con su ruina.
No me interesa la silla, me interesa el país. No creo en héroes aislados ni en caudillos redentores; creo en ciudadanos despiertos y organizados. Mi propuesta es devolverle al pueblo el poder que le han robado, junto con la obligación de ejercerlo.
No soy un mesías, no soy un iluminado, no soy el elegido. Soy uno más entre millones, pero con la obstinación de no callar y la voluntad de convertir el descontento en un plan. En un Perú anestesiado por décadas de promesas rotas, mi mayor acto de rebeldía es simple: decir lo que no quieren oír y actuar donde nadie quiere moverse.