Econ. Francisco Valdemar Chávez Alvarrán
La docencia en el Perú es como una hoguera encendida en medio de un páramo ventoso: ilumina con calor humano, pero vive amenazada por ráfagas de indiferencia estructural. Un estudio reciente de Cavero y Rojas (2025) indagó cómo los maestros del sistema público valoran su vocación y cuáles son sus visiones de futuro. Los resultados muestran un panorama de contrastes: algunos mantienen un optimismo que los impulsa a resistir, otros aceptan su labor con conformismo, y muchos se sienten atrapados en un pesimismo corrosivo.
Esta diversidad de percepciones no es casual: responde a las condiciones sociales y económicas en las que ejercen. En un país donde el salario docente no compite con el costo de vida, donde la infraestructura escolar muchas veces se asemeja más a un galpón que a un espacio de aprendizaje, y donde la burocracia ahoga la creatividad, ser maestro significa caminar con antorcha en un túnel húmedo y largo, con la esperanza de que en algún momento aparezca la salida.
La precariedad como herencia
Los maestros han sido históricamente postergados en la agenda estatal. Cada gobierno promete revalorización docente, pero lo que reciben en sueldos y condiciones laborales sigue siendo insuficiente. Esta precariedad se refleja en el ánimo de los educadores: la falta de oportunidades de capacitación, los procesos de ascenso engorrosos y la débil protección social alimentan la sensación de abandono. El docente optimista es como un alquimista que transforma su precariedad en motivación; el conformista vive como un obrero en serie; y el pesimista apenas sostiene su vocación como un fósforo que amenaza con apagarse.
Impacto generacional
El valor de la docencia no puede medirse únicamente en términos económicos. Su verdadero peso está en la capacidad de moldear generaciones enteras. Un maestro inspirador puede cambiar la trayectoria de vida de un niño que, de otra manera, quedaría atrapado en el círculo de la pobreza. Por eso, cada vez que se abandona a un maestro, no se está afectando a una persona: se está hipotecando el futuro de cientos de estudiantes. Es como dejar que un río se seque en la sierra: el daño no se ve de inmediato, pero cuando llega la sequía en los valles, es demasiado tarde.
Urgencia de políticas disruptivas
Revalorizar la carrera docente exige más que incrementos salariales marginales. Implica un rediseño completo del sistema. Se necesitan programas de mentoría docente, donde los maestros con experiencia acompañen a los más jóvenes. Se requieren incentivos no solo económicos, sino también simbólicos, como reconocimiento público y académico. Y, sobre todo, se debe construir un entorno laboral que devuelva la dignidad al maestro, eliminando la maraña burocrática que hoy lo convierte en un burócrata más.
Un país que no invierte en sus docentes es un país que decide vivir a oscuras. La metáfora se impone: si la sociedad abandona a sus maestros, está dejando que su futuro camine con fósforos apagados en medio de la noche.
Reflexión final
La investigación de Cavero y Rojas (2025) muestra que los maestros peruanos, pese a todo, mantienen la esperanza como un capital intangible. Pero esta esperanza no debe ser explotada como recurso infinito. El Estado, la sociedad y las universidades tienen la responsabilidad de avivar la llama docente, no de apagarla con indiferencia. Revalorizar la carrera no es un lujo, es una urgencia de supervivencia nacional.
Referencias
Cavero, M., & Rojas, J. (2025). Peruvian teachers’ perspectives: Valuing their profession and envisioning the future. arXiv. https://arxiv.org/abs/2508.00966