Economía informal: el presupuesto invisible que mueve a Cajamarca

Econ. Francisco Valdemar Chávez Alvarrán

            Se diría que la economía real de Cajamarca no está registrada en los informes oficiales ni aparece en los balances del Estado. Podría sostenerse que buena parte de la energía económica de la región circula por calles, ferias, mercados y redes informales donde miles de familias sostienen su supervivencia día tras día. Si se intentara medir ese flujo económico oculto, tal vez el presupuesto informal de Cajamarca superaría con creces muchas cifras oficiales. La informalidad no sería un problema solamente, sino una especie de PBI paralelo invisibilizado por los formatos tradicionales.

            Se presume que gran parte de la población emprende por necesidad, sin acceso a crédito formal ni asistencia técnica. Pero si se activaran mecanismos de transición hacia la formalidad —no desde la persecución burocrática, sino desde el impulso productivo y el reconocimiento de la realidad social— podría surgir un nuevo modelo de desarrollo económico con enfoque territorial. Se necesitaría una estrategia que no parta de sancionar, sino de acompañar. Si el Estado decidiera facilitar la formalización en lugar de exigirla desde la coerción, miles de unidades productivas podrían integrarse a circuitos económicos mayores, expandiendo empleo, tributación y dignidad.

            Se diría que la economía informal sostiene la vida diaria más que cualquier política pública. Una vendedora ambulante puede acumular más conocimiento sobre la demanda real de un barrio que cualquier consultoría externa. Un transportista informal podría tener más información sobre rutas indispensables que cualquier mapa digital. Se presume que el territorio habla a través de quienes trabajan sin papeles, pero el Estado no siempre sabe escuchar esas voces porque no están registradas. La informalidad, paradójicamente, podría no ser un enemigo: podría ser el sensor más auténtico del territorio económico.

            Si se promoviera una banca comunal, con pequeños créditos administrados por asociaciones locales, quizás muchos emprendedores encontrarían por primera vez un camino para crecer. Si se implementaran plataformas digitales en los mercados populares, se podría registrar el flujo real de consumo y fortalecer la reputación empresarial de quienes hoy trabajan sin respaldo formal. Si se enseñara a emitir facturas desde un celular, como ocurre en otros países, podría iniciar una revolución silenciosa que integre economía popular con economía oficial.

            Podría apostarse por un enfoque de “formalización progresiva del territorio”, donde no se imponga un formato único, sino se diseñen soluciones adaptadas a cada realidad local. Así, la formalidad dejaría de ser un salto traumático para convertirse en un proceso acompañado. No sería absurdo pensar que Cajamarca podría convertirse en ejemplo nacional si se atreviera a tratar la informalidad como base de su futuro y no como carga de su pasado.

            Así podría abrirse la puerta a una transformación profunda: que la economía dejara de ser invisible y que el conocimiento práctico emergiera como insumo para políticas territoriales inteligentes. Hacer visible lo invisible sería el primer paso para reconstruir la economía desde el corazón del pueblo y no desde la periferia de los formularios. Si eso ocurriera, Cajamarca podría enseñarle al país que la informalidad no es caos: es potencial dormido. Solo bastaría acompañarlo para que empiece a respirar con nombre propio.

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