El auge del autoritarismo y la decadencia del neocapitalismo pernicioso

Entre la inteligencia artificial y la manipulación social, el mundo enfrenta una peligrosa recaída en el autoritarismo.

Econ. Francisco Valdemar Chávez Alvarrán

“Las democracias no mueren de golpe; se adormecen bajo la comodidad del control y la ilusión del progreso.”

El mundo asiste a una paradoja que parecía superada: mientras las tecnologías avanzan a velocidad exponencial, las democracias retroceden hacia viejas formas de poder concentrado. El autoritarismo renace disfrazado de eficiencia, seguridad o patriotismo, en tanto el neocapitalismo – esa versión tardía, especulativa y depredadora del sistema – muestra signos claros de agotamiento moral y estructural.

Durante décadas, el discurso del libre mercado prometió progreso ilimitado. Pero en su versión “neocapitalista”, ese ideal se degradó en una máquina de concentración de riqueza, precarización del trabajo y privatización del sentido colectivo. Los Estados se convirtieron en gestores de intereses privados, los ciudadanos en consumidores endeudados y la información en mercancía manipulable. La desigualdad, la frustración y la desafección política se acumularon hasta detonar la nostalgia del “orden fuerte”.

Es en ese vacío donde germina el nuevo autoritarismo: ya no necesita tanques ni censura abierta, basta con algoritmos, desinformación y miedo. El poder se disfraza de democracia digital mientras silencia la crítica y recompensa la obediencia. La población, cansada de la corrupción y la ineficacia, confunde control con justicia, castigo con autoridad, y termina entregando su libertad a cambio de estabilidad.

América Latina, laboratorio de desigualdades y esperanzas, enfrenta de nuevo esta encrucijada. La región no ha podido traducir su riqueza en bienestar sostenible, atrapada entre el rentismo y la dependencia. Por eso el desafío no es solo político, sino civilizatorio: reconstruir la economía real, donde el conocimiento, la innovación y la equidad sustituyan al lucro sin límite.

El autoritarismo crece cuando la economía deja de ofrecer sentido, cuando el ciudadano deja de creer en el futuro. Romper ese ciclo implica rehumanizar el desarrollo, democratizar la tecnología y devolver a la política su misión ética: servir al bien común.
La decadencia del neocapitalismo pernicioso puede ser, si lo asumimos con inteligencia histórica, el umbral de una nueva era: la del humanismo tecnológico solidario, donde el progreso vuelva a significar dignidad, justicia y libertad.

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