El transporte local: una ciudad atrapada en su propio tráfico

Econ. Francisco Valdemar Chávez Alvarrán

            Se tiende a pensar que Cajamarca no tiene problemas graves de tránsito porque su tamaño no es el de las grandes metrópolis. Sin embargo, basta recorrer sus calles en horas punta para advertir que la congestión ya forma parte del paisaje urbano. Podría afirmarse que la ciudad está atrapada en un embotellamiento progresivo que, de no abordarse pronto, podría convertirse en una barrera invisibilizada al desarrollo. El tráfico no solo retrasa vehículos: podría estar retrasando el futuro.

            Muchos afirman que Cajamarca crece hacia donde puede, no hacia donde debe. Y en esa expansión desordenada, la movilidad urbana se vuelve compleja, impredecible y costosa. Se estima que el uso excesivo del transporte privado genera una brecha creciente entre quienes pueden movilizarse con libertad y quienes dependen de líneas insuficientes y sin regulación clara. Si se mantuviera esta tendencia, tal vez la ciudad termine funcionando como un sistema precario, donde el tiempo se desgaste en las calles y no en actividades productivas o culturales.

            Podría presumirse que el transporte local necesita un rediseño completo. No solo más rutas, sino mejores rutas. No solo más buses, sino una lógica de ciudad inteligente. En este sentido, sería posible considerar carriles exclusivos, paraderos zonificados, sistemas de pago digital y ordenamiento vehicular por sectores históricos y comerciales. Si los ciudadanos pudieran anticipar sus rutas mediante aplicaciones eficientes y horarios confiables, la ciudad respiraría mejor.     Pero si la desorganización continúa, Cajamarca podría quedar atrapada en su propio tráfico, como un reloj que avanza sin avanzar.

            La falta de infraestructura adecuada también influye. Las calles estrechas, los giros peligrosos y la ausencia de señalización cohesionada podrían explicar parte del caos diario. Pero más allá de lo físico, se subestima el factor cultural: la idea de que cada quien maneja como puede, no como debe. Si la educación vial no se integra desde etapas tempranas y no se aplican sanciones reales a quienes incumplan normas básicas, el problema podría convertirse en costumbre, y la costumbre, en resignación colectiva.

            La movilidad urbana influye en la productividad, en la salud mental y hasta en la percepción de ciudadanía. Cuando la gente pasa más tiempo trasladándose que creando, aprendiendo o descansando, el territorio pierde calidad de vida. Y cuando el transporte se vuelve impredecible, el sistema productivo se vuelve ineficiente. No sería exagerado decir que una ciudad sin movilidad segura es una ciudad sin horizonte claro.

            La solución no vendría solo desde el gobierno regional o municipal, sino desde una estrategia compartida. Se podría implementar un Plan Maestro de Movilidad Urbana con participación vecinal, gremial y técnica. Cajamarca tiene la oportunidad de aprender de experiencias de otras ciudades latinoamericanas que transformaron su transporte mediante corredores exclusivos, ciclovías permanentes, zonas peatonales y sistemas de transporte público integrados. Si se apostara por una visión moderna, quizás el tráfico no sería la condena del futuro, sino el punto de partida para repensar la ciudad.

            La Cajamarca que camina lentamente por sus calles podría acelerar su desarrollo si entendiera que el transporte no es solo movilización, sino estrategia urbana. Si se actúa pronto, tal vez los embotellamientos de hoy sean solo un recuerdo del tiempo en que la ciudad aún no sabía hacia dónde quería ir.

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