La crisis del agua: el país que se está secando en silencio

Econ. Francisco Valdemar Chávez Alvarrán

            Podría considerarse que la crisis hídrica ya empezó, aunque no ha sido declarada oficialmente. En Cajamarca, así como en todo el país, los ciclos del agua han comenzado a alterarse y las lluvias ya no obedecen al calendario tradicional. Se diría que el Perú empezó a secarse lentamente, como si la naturaleza reclamara un nuevo pacto silencioso para continuar alimentando los campos y las ciudades. Las quebradas que antes nutrían los ríos corren con menos fuerza, y los glaciares retroceden como un reloj invertido que marcaría una cuenta regresiva invisible para la mayoría.

            Cajamarca podría convertirse en un laboratorio nacional de gestión hídrica si se decidiera combinar los saberes ancestrales con tecnología moderna. Aún sobreviven técnicas de siembra y cosecha de agua, uso comunitario de microcuencas y manejo de zonas de recarga hídrica que podrían inspirar políticas públicas sólidas. Si se apostara por estudios territoriales rigurosos y redes de colaboración entre universidades, comunidades rurales y entidades estatales, tal vez se abriría un camino viable para enfrentar la crisis antes de que se vuelva irreversible. Pero si la planificación continúa siendo fragmentada, el país podría vivir una sequía con apariencia de normalidad, sin advertir el verdadero riesgo hasta que sea demasiado tarde.

            Podría afirmarse que la escasez de agua no solo afectaría a la producción agrícola, sino a la electricidad, la salud pública y los costos urbanos. Cuando el recurso es limitado, la vida entera se encarece. Si no se toman decisiones preventivas, el Perú podría enfrentar conflictos territoriales por acceso a fuentes hídricas, una situación que modificaría el mapa político nacional. Sería posible que los ríos se conviertan en objetos de disputa jurídica, que las cuencas sean consideradas zonas estratégicas y que algunas regiones reclamen “derechos de agua” como hoy reclaman presupuesto. Así, la crisis hídrica podría reescribir el modelo de Estado desde sus bases.

            Sin embargo, no todo estaría perdido. El país aún tiene tiempo para construir una política hídrica basada en gestión científica, participación ciudadana y recuperación de ecosistemas. Se necesitaría, además, un cambio cultural. La gente tendría que aprender a mirar el agua como una responsabilidad común y no como un recurso automático. Si se introdujeran contenidos hídricos en los currículos educativos, si se fortalecieran las juntas de usuarios y si las comunidades se organizaran para proteger cabeceras de cuenca, sería posible permear la conciencia nacional desde abajo.

Cajamarca posee la geografía, la memoria y la urgencia. Si el país escucha esta región, probablemente hallará la ruta para sobrevivir al siglo XXI. De lo contrario, el silencio podría volverse sequedad. Porque cuando el agua se va, no avisa: simplemente no regresa.

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