Econ. Francisco Valdemar Chávez Alvarrán
Se acepta que la educación peruana atraviesa una crisis estructural. Pero el verdadero problema podría estar en otra parte: no en la infraestructura, sino en la pérdida de sentido. Si las aulas comienzan a vaciarse, no por falta de alumnos sino por falta de motivación, entonces el sistema educativo estaría entrando en un terreno peligroso, más difícil de reparar que cualquier muro agrietado. Se diría que la calidad educativa podría desplomarse por dentro antes que por fuera.
En Cajamarca, muchas escuelas rurales funcionan con recursos mínimos, pero con maestros que mantienen viva la esperanza. En ellas se respira un aire de esfuerzo silencioso que sostiene los sueños de cientos de niños. Sin embargo, se presume que la precariedad creciente puede desgastar lentamente el compromiso docente hasta hacerlo insostenible. Si el maestro pierde entusiasmo, la educación pierde su alma. Y cuando eso ocurre, ni las tablets ni los presupuestos logran rescatar el futuro.
Se sugiere que el problema no solo es económico, sino pedagógico. Si los estudiantes continúan aprendiendo de forma memorística, desconectados de su realidad y sin desarrollar pensamiento crítico, podrían crecer sin capacidad de interpretar su entorno, lo cual limitaría la creación de soluciones locales. Cajamarca podría liderar una transición educativa si se atreviera a vincular el conocimiento con su territorio: experimentación científica en cuencas hídricas, lectura crítica de su historia regional, creación de prototipos tecnológicos para cadenas productivas locales. Se presume que enseñar con sentido territorial podría despertar vocaciones científicas, empresariales y sociales que hoy permanecen en silencio.
Se necesitaría impulsar la investigación escolar, laboratorios comunitarios, herramientas digitales adaptadas al campo y programas de mentoría para jóvenes talentos. Si se aplicaran metodologías activas como el aprendizaje basado en proyectos o retos reales, podría surgir una nueva generación de estudiantes que no memoriza teorías, sino que las aplica. Entonces podría iniciarse un cambio verdadero: pasar de la educación de los contenidos a la educación de las capacidades.
La verdadera emergencia educativa no sería la falta de infraestructura, sino la falta de conexión vital entre lo que se enseña y lo que se vive. Si los contenidos escolares no dialogan con la realidad diaria, los estudiantes podrían abandonar sus aulas incluso estando presentes físicamente. Cuerpos dentro, mentes fuera. De ahí el riesgo: el terremoto educativo podría no manifestarse con edificios destruidos, sino con generaciones desconectadas.
Si Cajamarca decidiera renovar su sistema educativo desde el territorio, podría encender un modelo nacional. Pero si nada cambia, el futuro podría quebrarse en silencio. Porque la educación no colapsa de un día para otro: se va vaciando por dentro, como una casa abandonada.