Los jóvenes ya no sueñan con quedarse

Econ. Francisco Valdemar Chávez Alvarrán

            Se percibe cada vez más que los jóvenes cajamarquinos no ven en su tierra un horizonte claro. No por falta de amor a la región, sino por ausencia de oportunidades sostenibles. La migración silenciosa se ha convertido en una forma de protesta. Se podría afirmar que Cajamarca forma profesionales para exportarlos, y no para integrarlos en su propio desarrollo territorial. El dilema no es individual, sino colectivo: si el talento se va, ¿quién quedará para proyectar el futuro?

            Una explicación posible es que la educación no conversa con la realidad productiva. Se estudian carreras con poca demanda local, mientras se descuidan áreas de gran potencial como la biotecnología, la agroindustria sostenible, el turismo especializado o la inteligencia artificial aplicada al campo. Si las universidades y los institutos técnicos se articularan con los sectores económicos reales, podrían surgir ecosistemas territoriales de emprendimiento capaces de retener talento y generar empleo. Pero si esa conexión no ocurre, muchos seguirán considerando que quedarse en Cajamarca es renunciar a sus sueños.

            Podría también existir una cuestión de pertenencia. La identidad hoy es digital. Un joven puede sentirse más parte de una comunidad virtual extranjera que del barrio donde creció. Si Cajamarca no genera espacios de pertenencia auténtica, corre el riesgo de quedarse no solo sin habitantes, sino sin historia. Porque cuando la identidad se desconecta del territorio, la memoria deja de ser colectiva.

            No obstante, aún existe esperanza. Si la región impulsara incubadoras de emprendimiento, becas asociadas a necesidades reales del territorio, capital semilla y redes de mentorías con profesionales locales y expatriados, los jóvenes podrían construir su propio futuro sin abandonar su lugar de origen. Podría activarse una economía basada en conocimiento, tecnología y raíces culturales.     Una región con jóvenes profesionales, dignos y confiados en su tierra podría cambiar su historia en solo una década.

            Tal vez no se trata de que los jóvenes no quieran quedarse, sino de que nadie les ha invitado a quedarse con proyectos serios. Si Cajamarca les habla, ellos escucharán. Si Cajamarca les convoca, ellos responderán. Porque un territorio sin jóvenes no es un territorio que envejece: es un territorio que deja de imaginar.

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