Econ. Francisco Valdemar Chávez Alvarrán
La Ley N.º 32498 pretende dar agilidad presupuestal a las universidades públicas. En teoría, parece una forma de dinamizar recursos y acelerar decisiones de gestión. Pero cuando se observa de cerca, la realidad adopta otro matiz: cada universidad pública ya sufrió un recorte aproximado de 30 millones de soles antes de la entrada en vigor de esta ley. Con esa merma previa, la norma ya no puede interpretarse como incentivo, sino como mecanismo de sobrevivencia.
Y la frase clave del dispositivo legal cambia todo el análisis:
“El financiamiento se efectúa con cargo al presupuesto institucional de las universidades públicas, sin demandar recursos adicionales al tesoro público.”
Esto no es una ley de inversión. Es una ley de reacomodo. No fortalece: reacondiciona. No impulsa: administra. La palabra “flexibilidad” puede parecer autonomía, pero cuando el presupuesto está reducido, la flexibilidad puede convertirse en fragilidad disfrazada de gestión técnica.
Sin criterios de calidad educativa, matrices de rendimiento o indicadores de investigación, esta norma podría ser el terreno ideal para justificar movimientos internos sin exigencia de resultados. Podría utilizarse para cubrir urgencias administrativas… mientras se posterga todo lo que verdaderamente posiciona a una universidad pública en el siglo XXI: investigación aplicada, tecnología, formación docente y articulación con el territorio.
Entonces cabe la pregunta:
¿Cómo se puede garantizar eficiencia si la norma obliga a operar solo con lo que queda?
¿Puede haber gestión estratégica… si el sistema ya fue debilitado?
¿La ley libera… o encubre?
Porque si una universidad pierde 30 millones y a continuación recibe autorización para “mover lo que tenga”, el mensaje implícito puede ser uno solo: no se pretende fortalecer la universidad pública… sino evitar que colapse.
Una ley sin financiamiento adicional no es impulso, es simulación. Se legisla movimiento, pero no se legisla futuro. La universidad pública no necesita contabilidad ágil: necesita recursos, ciencia, tecnología y visión. De lo contrario, podría terminar reorganizando el vacío.